Era 1963, la ciudad crecía y poco a poco se iba formando el área
metropolitana.
En 1967 nos mudamos a Santa Catarina, a la Unidad Habitacional
Adolfo López Mateos, ahí pasé mi infancia, en las faldas del Cerro de las
Mitras.
Antes de cumplir los diez años mis padres se separaron y fui a dar
a la casa de mi abuela en Cd. Juárez, Chihuahua. Otro clima, otro ambiente, no
comprendía.
Una tarde entré a escondidas al cuarto de mis tíos y descubrí un
libro: “Juan Salvador Gaviota” de Richard Bach y lo leí, cada tarde leía un
pedacito y lo dejaba donde mismo, hasta que lo terminé.
Después de seis meses regresé, mi mamá nos reunió, consiguió
trabajo de maestra en Cadereyta y ahí nos fuimos a vivir un tiempo. Mi tía
Laura vivía con nosotros y nos contaba cuentos para dormir, recuerdo El
Príncipe feliz de Oscar Wilde.
Al empezar la secundaria regresamos a Santa Catarina. Me llamaba
la atención la maestra de Español, muy diferente y me marcó cuando nos leyó un
fragmento de El laberinto de la soledad.
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