Cuando
era niño, muy niño, unos cinco años, los domingos por la tarde, a mis hermanos
y a mí, nos llevaban a la casa de mi abuelita. Mi abuelita nos daba de merendar
a los nietos, pero mi tía Licha, la hermana mayor de mi papá, nos sacaba a
pasear y tenía palabras cariñosas para cada uno de nosotros, a mi primo Luis,
le decía “Luisito huesito”, a mi prima Ana: “Anita la pelotita” y a mí: “Renecito trenecito”, apodos que luego
aprovechábamos para burlarnos entre nosotros. Mi tía Licha era como una mamá
para todos los primos o una abuelita joven, la queríamos mucho.
Al
salir de la Escuela de Maestros, me encontré sin trabajo y en las noches estaba
en un grupo de teatro. Una noche al terminar la función, Roberto, el más chico
del grupo, nos invitó a su casa, vivía cerca del teatro y con gran alboroto nos
fuimos caminando. Roberto vivía en un amplio departamento solo con su mamá, a
la señora le dio mucho gusto que hayamos aceptado la invitación y nos atendió
muy bien. Noté como el director del grupo se le insinuaba a la señora, pero
ella lo esquivaba hábilmente. A partir de ahí, empecé a frecuentar el
departamento de Roberto. Pasó el tiempo, el grupo de teatro se deshizo y yo seguí
yendo con Roberto.
Un viernes por la tarde toqué en el departamento
de Roberto, salió la señora y me dijo que Roberto no estaba, que se había ido a
pasar el fin de semana con su papá, me despedí pero la señora no dejó que me
fuera –No te vayas- me dijo –pasa, hazme un ratito compañía, ¿quieres un café,
un refresco o una cerveza? Antes de que yo dijera algo, la señora ya había ido
a la cocina y traía dos cervezas. Me senté en el sofá y ella se sentó en un
sillón frente a mí, me dijo que le daba mucho gusto que yo fuera amigo de
Roberto, que él no tenía amigos y que se la pasaba muy a gusto conmigo, me
agradecía y que yo era un muchacho muy sano, etcétera, etcétera… Nos terminamos
las cervezas y fue por otras, cuando regresó se sentó a un lado mío y la plática
cambió, ahora me empezó a hablar de su esposo, bueno, ex, que ya tenían varios
años de divorciados, que él ya tenía otra familia, que económicamente no se
quejaba, él pagaba todo, pero que eran puros pleitos cada vez que iba a
visitarlos, etcétera, etcétera… Yo no hablaba, solo asentía, sí señora, sí
señora. –No me digas señora, me llamo Maribel. Fue por la tercera cerveza y
cuando regresó se sentó muy pegadita a mí, guardó silencio por un momento y
después mirándome a los ojos me preguntó: -¿Tú crees que soy fea? –No, señora…
-Maribel. –No
Maribel, claro que no. –Bésame.- Me ordenó, no creía lo que estaba oyendo y me
acerqué a ella muy lentamente, que tal si estaba jugando y se quitaba o se
enojaba y me corría de su casa y yo quedaba en ridículo y…apenas toqué esos
labios y me besó apasionadamente, metiendo la lengua por todos lados, nadie me
había besado así, cuando terminó de besarme, le dio un trago largo a su
cerveza, se puso de pie, me tomó de la mano y me dijo: -Vamos a mi recámara.
Llegamos a su recámara y me besó y me quitó la ropa y me metió a la cama.
–Espérame, ahorita vuelvo. Entró al baño y salió con solo una bata
transparente, se la quitó y entró a la cama, se subió arriba de mí y me volvió
a besar, yo estaba excitadísimo, cuando estábamos a punto de hacerlo, me miró a
los ojos, se sonrió y con una voz dulce muy dulce susurró: -Ay, Renecito, mi
Renecito. En ese momento mi excitación desapareció y me dije a mí mismo: “mi
tía Licha, no”. Ella lo notó y me
preguntó que qué pasaba, no, no puedo, le dije, no te preocupes, Roberto no va a
saber, no, no puedo, me vestí a toda prisa y salí de ahí para no regresar
jamás.
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